viernes, septiembre 30, 2005

La joven de las naranjas

Confieso que no pude con el gran éxito de Jostein Gaarder, El mundo de Sofía, que me pareción un ingenioso intento de hacer atractivo un manual de filosofía para bachilleres con un envoltorio vagamente de ficción. Así que cuando me regalaron esta Joven de las Naranjas, sólo lo reducido de su extensión (163 páginas) y el afecto que le tengo a quien me lo regaló me incitaron a emprender su lectura. De entrada, me encontré con más de lo mismo: dos textos entremezclados  --una carta de un padre muerto a su hijo ya adolescente y la historia de su lectura contado por éste--, cierta torpeza a la hora de crear el misterio y un estilo tirando a ramplón. Sin embargo, a medida que se acerca al final, el libro va cobrando emoción, y confieso que llegó a ponerme al borde de la lágrima. Supongo que no es difícil si se piensa en las teclas emocionales que toca, pero lo cierto es que lo consigue, y acaba trenzando la historia de dos amores que perduran a través de los años.

    Así que finalmente me gustó bastante. Aunque sospecho que encontró en mi las fibras que me llevan al cine a ver las comedias románticas de Sandra Bullock. Vosotros mismos.

miércoles, septiembre 21, 2005

El cero y el infinito


De Arthur Koestler (autor, entre otras cosas, de la novela que hay tras el Espartaco de Trumbo-Kubrick), un tipo fascinante aunque algo complaciente con las seudociencias en su vejez. Por las dudas, es imprescindible su autobiografía, Flecha en el azul, que ha reeditado Debate.

El cero y el infinito es --aunque sé que soy pesado con mis obsesiones con el stalinismo y sus gulags-- de lo mejor que he leido al respecto: el retrato amargo de la revolución devorando a sus padres. Y Koestler sabía bien de qué hablaba.



jueves, septiembre 08, 2005

Es cosa de reirse


    Leo esta edición de William Saroyan en una vieja colección recuperada en la casa familiar de Galicia (me fascina el aroma ligeramente  acre del libro,  que es el de los tebeos de mi infancia). Retirado hace tiempo de los catálogos, parece que los del Acantilado comienzan a recuperar algunas de sus obras. A mí, que que no le había leido antes, me fascinó la capacidad para reflejar situaciones casi exclusivamente a partir de diálogos (algunos, infantiles, prodigiosos), pero me choca luego leer que Saroyan es un autor amable y ligero: esta novela --contra su título--, es un devastador drama sobre el desamor matrimonial  y sus detonaciones.

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