Yo que he servido al rey de Inglaterra
Este libro me llegó de una de las peores maneras posibles: una recomendación imposible de rechazar de una persona querida con cuyos gustos literarios (de cine, ni hablamos) no suelo coincidir. En las primeras treinta páginas del libro del falso turco Bogumil Hrabal (no os perdáis su cara), a medida que la enorme vida del pequeño camarero Ditec (o Ditie) se iba poblando de fracs nuevos, señoritas del Paraíso y magia checa, supe que esta vez mis suspicacias eran infundadas. El libro es una joya, que rebosa sensualidad por todos sus pliegos: la de la comida, la de la bebida, la del trabajo bien hecho, la del sexo y --por supuesto-- la de la misma vida. Un libro delicioso incluso cuando vira hacia lo trágico, que se lee como se unta la margarina y aún así deja huella como si nos trabajara con cincel. Que se empeña en recordarnos que la vida nos da --aun cuando nos equivocamos-- sólo (pero todo) aquello que nosotros ponemos en ella. Sean calzoncillos sucios o cientos de billetes de cien coronas.
Esta recomendación es firme, si no lo han hecho, saquen un rato y leanlo.
Lo malo es que ahora tendré que aceptar más recomendaciones de este tipo (y de esta tipa), y la pila de libros no hace más que crecer.
(en castellano lo ha editado Destino, pero no encontraba foto de la portada y esta italiana es preciosa)
Esta recomendación es firme, si no lo han hecho, saquen un rato y leanlo.
Lo malo es que ahora tendré que aceptar más recomendaciones de este tipo (y de esta tipa), y la pila de libros no hace más que crecer.
(en castellano lo ha editado Destino, pero no encontraba foto de la portada y esta italiana es preciosa)