miércoles, noviembre 30, 2005

Yo que he servido al rey de Inglaterra

Este libro me llegó de una de las peores maneras posibles: una recomendación imposible de rechazar de una persona  querida con cuyos gustos literarios (de cine, ni hablamos) no suelo coincidir. En las primeras treinta páginas del libro del falso turco  Bogumil Hrabal (no os perdáis su cara), a medida que la enorme vida del pequeño camarero Ditec (o Ditie)  se iba poblando de fracs nuevos,  señoritas del Paraíso  y magia checa, supe que esta vez mis suspicacias eran infundadas. El libro  es una joya, que rebosa sensualidad por todos sus pliegos: la de la comida, la de la bebida, la del trabajo bien hecho, la del sexo y --por supuesto-- la de la misma vida. Un libro delicioso incluso cuando vira hacia lo trágico, que se lee como se unta la margarina y aún así deja huella como si nos trabajara con cincel. Que se empeña en recordarnos que la vida nos da --aun cuando nos equivocamos-- sólo (pero todo) aquello que nosotros ponemos en ella. Sean calzoncillos sucios o cientos de billetes de cien coronas.
        Esta recomendación es firme, si no lo han hecho, saquen un rato y leanlo.

         Lo malo es que ahora tendré que aceptar más recomendaciones de este tipo (y de esta tipa), y la pila de libros no hace más que crecer.

(en castellano lo ha editado Destino, pero no encontraba foto de la portada y esta italiana es preciosa)


lunes, noviembre 21, 2005

Nueve maletas


     A veces me pregunto qué clase de pulsión morbosa habrá en esta fijación lectora con los temas del exterminio masivo (leger y gulags) en la Europa de mediados del siglo XX, algo a lo que  Bela Zsolt se refiere como "el carnaval de los caníbales".
    La versión de Zsolt un húngaro culto, miembro de las élites intelectuales de una Europa central barrida  por dos guerras, tiene algunos atractivos poco habituales:
*una visión muy poco complaciente, pero compasiva, sobre los seres humanos (incluyendo al propio autor, arrastrado al matadero por el peso de nueve maletas);
*la perspectiva, poco habitual, de un húngaro culto (y Hungría no fue Polonia, ni Alemania);
*un final abrupto como una patada (tanto, que sólo la solapa del libro nos permite intuir el fin de la historia).
*un sentido del humor dinamitero. Ver la muestra:
"Los locos no armaban mucho lío, aunque hablaban y gesticulaban sin parar; se comportaban como si fuera todo de los mas normal; era lógico, el mundo se había vuelto loco a su alrededor. Aunque eran locos judíos, había entre ellos tres que afrimaban ser Hitler,
mientras que ninguno decía ser Einstein, Bergson o Marx".(92)

   Tal vez no sea el mejor libro sobre el holocausto, como dijo quien me lo recomendó, pero sí es uno de los buenos.
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